
La mañana había amanecido húmeda tras la primera noche lluviosa de octubre. Las primeras impresiones respecto al grupo de mayores en el hall de la estación de Santa Justa, ambiguas. Con esta treintena de personas compartirás los próximos días por la Rioja Alta y por el sureste de Burgos. Denotas saludos de conocidos por otras experiencias y diferencias los modos con los que los responsables se dirigen al guía de la agencia que será un profesional de la atención, aunque aún no lo conocías. Tienes la sensación de que Irena y tú podríais estar entre los más jóvenes de la expedición. Los viejos son los otros, los que están más torpes, son más lentos, no se enteran, estorban al resto. Maneras de sentirte más apto, un engaño más en la experiencia del turista en su asombrario. Tres cuartos de hora más tarde el tren AVE llega a la estación Central de Córdoba en la que permanecerá más de cuarenta minutos, tiempo suficiente para intentar hacerte a la idea de convivir con la treintena de coetáneos a los que apenas conoces. En la continuación hacia Ciudad Real empiezan los primeros saludos entre los miembros del grupo en el trasiego al servicio o a la cafetería, mientras pasamos por La Mancha, ancha, extensa, rica en luces húmedas en esta mañana de aperturas a todas las expectativas que se mantienen intactas aunque no tengas claros cuáles sean. Aleteo de toses y rumor de respiraciones entrecortadas en el vagón que ocupa el grupo. Parejas dispares en su relación, desde el marido quejumbroso a la esposa cuidadora, modestos apuntes de sociología grupal. Uno de los miembros lee una novela sobre un triángulo amoroso, “El tiro de gracia” de Marguerite Yourcenar. Al oeste queda Guadalajara en el runrún monótono de la alta velocidad.
A pesar del retraso acumulado en la estación cordobesa, el convoy llega con unos minutos de antelación sobre el horario previsto a la gran estación de Zaragoza-Delicias que no destaca por su estética, supongo que se inauguraría con aquella Expo del agua de 2008 a la que clasificas como la última intentona de un evento ya anacrónico en su celebración. Directamente subís al bus que será vuestro transporte hasta la vuelta a Madrid. Esperas redescubrir algo nuevo en esta capital que nunca te gustó. Sólo el paso por el palacio de La Aljafería que visitaste hace muchos años aporta alguna visión agradable. Cruzasteis el Puente de Santiago sobre el Ebro, con su color café con leche, a contrapaso de los grupos de oferentes de frutas de diferentes localidades y de otras regiones de vuelta del túmulo de flores, que constituyó ayer el centro de la fiesta en la plaza de la basílica del Pilar. Cachirulos de cuadros rojinegros al cuello de casi todos mientras os dirigís al primer restaurante del viaje por la ribera, el “Tres mares”, bonitas vistas del Puente de piedra y poco más que reseñar del primer condumio con una escueta ensalada y un segundo olvidable. Compartisteis la mesa con ocho mujeres de las que ninguna cumplirá los sesenta.
A pocos minutos de las seis salisteis para Logroño porque un despiste de uno de los señores mayores ha obligado al guía a ir en su búsqueda. A pocos metros de la ribera se levanta la mole de la basílica aún abarrotada de visitantes. En la plaza de las catedrales la masa continúa rondando la mastaba floreada con cincuenta toneladas de ramos con sus correspondientes vitolas dedicadas, cual rito anual en torno a esta Kaaba de la Meca aragonesa, símbolo de una hispanidad trasnochada en la que los colores rojigualdas y algunas expresiones nacionalistas de los español con más énfasis que contenidos expresadas con elementales sintaxis. De las calles del barrio del Tubo emanaban vahos malolientes de esquinas confundidas con mingitorios y vómitos soleados. Quizás no fuese la tarde del cierre de las fiestas la más adecuada para acercarse a la capital de Aragón y en el intento de captar algo de su ambiente alejado del corazón pilarica habíais cruzado hasta el margen izquierdo del río por el Puente de Piedra por el que volvían a la almendra de la fiesta numerosas parejas ataviadas a la regional para el rezo colectivo del rosario que despedirá la celebración. Tampoco esta vez has encontrado algo que te atraiga de la fundada como Cesar Augusta. Son irracionales posjuicios que se mantienen en este lugar de paso en su fiesta principal y bien que sientes no haber apreciado la estética cachirula ni la exaltación maña de la hispanidad más rancia.
Después de dos horas largas, ya con la noche avanzando, las amplias avenidas de acceso a Logroño, la limpieza y amplitud de sus calles fueron un buen presagio para obviar la experiencia anodina de Zaragoza. Acuciado por las molestias de la cadera, necesitarás caminar un poco acercándoos al casco histórico de la capital riojana para desentumecer las piernas después de tantas horas sentado en el tren y en el bus, con el tiempo justo después de la recepción en el hotel, para encontrar un restaurante abierto en la calle Portales. Conseguisteis cenar ricamente unos espárragos de Tudela y unas anchoas de Santoña con pan cristal con tomate y aceite y ¿cómo no? un buen rioja del año.
La primera jornada en Logroño empezó a las diez de la mañana con una visita guiada por el casco histórico, conducida por un guía joven, Diego, licenciado en Historia que hizo una larga introducción sobre los orígenes de la ciudad y se detuvo en algunas anécdotas apropiadas para el grupo de mayores, formado e informado. A destacar la función de su concatedral de Santa María de la Redonda en la tradicional rivalidad compartida con la de Calahorra, en la permanente pugna por el poder y de riqueza dentro de la Iglesia católica. Reliquias jocosas de estos piques localistas que perviven en el presente en campos más lúdicos. Así, cuando el equipo de fútbol de la ciudad, el Logroñés, de cuyas gestas goleadoras del siglo XX sólo queda en la memoria de más de un asistente a la disertación de Diego, la anécdota del grito de: “¡Goool en Las Gaunas!”, maravillosa conjunción de sílabas acentuadas por el histrionismo poderoso de la densa voz de Matías Prats en aquellas retransmisiones radiofónicas de los domingos por la tarde en la España de los sesenta. En la actualidad, cuando el equipo milita en las últimas categorías del deporte rey, cuando va a jugar contra el Calahorra, se ve una pancarta en las gradas calagurritanas en la que “La ciudad de Calahorra da la bienvenida al pueblo de Logroño.”Más allá de la simpática anécdota, la explicación sobre las torres gemelas y las características del barroco riojano que se repetirán en otras tres torres que veremos en visitas posteriores predispuso la entrada al interior de la curiosa planta de iglesia-salón con sus pilares sin capiteles y nervaduras en palmera para realzar la deseada altura hacia el cielo. El espléndido retablo barroco y algunas tallas de vírgenes románicas en las capillas laterales que siempre te atraen fue un buen comienzo para el denso recorrido por el recatado recinto histórico.
La iglesia de San Bartolomé, cargada de simbolismo jacobeo, fue la segunda parada. Una muestra contradictoria de la mezcla de estilos como ocurre con la terminación de la torre campanario en ladrillo de estilo mudéjar sobre la base románica y el interior que conserva el sentido del peregrinaje ritualizado en cada templo a pesar de las remodelaciones y del abandono de los siglos, en cuya nave central un Cristo colgante me recuerda la plasmación daliniana, en una atmósfera diáfana por los ventanales añadidos en el siglo XX. Algo queda en su disjunta portada de arquivoltas apuntadas de la factura románica original en su desplazado tímpano con la Parusía de un Cristo-Juez erguido, aunque rebajado en la altura para dejar paso a la luz solar y en la narración en las jambas de la vida del predicador titular, en un esculpido truculento del martirologio milagroso que rezuma candidez e imaginación desbordada en el relato del mensaje. De templo a templo porque como en el juego de la oca de una placita cercana, el recorrido del guía os llevó hasta La imperial Santa María de Palacio, en la que destaca la torre piramidal gótica que requirió de la ampliación de la base de los pilares parta evitar el desprendimiento del cimborrio de octogonal que aúna sus tres naves y la torre renacentista, también con un imponente retablo barroco. Quizás por cansancio de tanto capilleo, el último de los templos visitados, el de Santiago el Real, levantó en ti malas sensaciones con la imagen del bélico apóstol en su papel de Matamoros bajo un arco de medio punto, montado en su corcel batallador contra los infieles al frente de unas tropas que nunca fueron en una batalla, la de Clavijo, que nunca sucedió. La evidencia fastuosa del las capillas laterales revelaban la fractura entre la expresión artística y el peso de un mensaje con el que no puedes comulgar. A exacerbar la desazón espiritual del visitante contribuyeron la pobreza expresiva de un Nazareno de un imaginero que perpetró su adefesio en la década de los sesenta del pasado siglo ubicada en el crucero y un retrato del fundador del Opus Dei colgado en uno de los muros por algún motivo en el que no indagarás. Mientras caminas por las calles tradicionales a la escucha de la amena exposición del especialista, te preguntas qué tiene en común este individuo sexagenario que ha entrado hace poco a la iglesia de San Bartolomé con el que pasó por su umbral hace más de tres décadas. El último hito guiado por la ciudad fue frente al Cubo del Revellín y la Puerta del Camino en lo poco que queda de la muralla, con la consiguiente explicación sobre la resistencia en la defensa de los logroñeses ante tropas de Francisco I en el XVI y los orígenes de la fiesta del pez y del pan que se celebra en la explanada continua.
En la asunción del inexorable paso del tiempo, disuelto ya el grupo, acompañado por la compañera del viaje de la vida, intentaste un reconocimiento de aquel peregrino al que tan larga se le hacía la Gran Vía de la ciudad para continuar la jornada hasta Nájera en la que levantó su tienda, pequeño Monte Tabor, junto al arriate de una de sus plazas. Otros modos de viajar. A poco del mediodía, cruzasteis el Puente de hierro que pudo instalarse en el que hoy es seña icónica en el Guadalquivir, estructura de sustitución del viejo puente de barcas, llamado de Isabel II, entre El Arenal de Sevilla y Triana para volver a entrar a Logroño por el Puente de piedra restaurado sobre el original que forma parte del Camino francés. Por allí habías entrado con otra compañera del camino de entonces desde Estella en el tórrido verano de 1992. Recorridos circulares por la geografía de los recuerdos en este hacer de ida y vuelta que la memoria recrea y el tiempo coyunda. Desde la Rúa Vieja os dirigís hasta el ayuntamiento, un edificio diseñado por su admirado Rafael Moneo que conforma una plaza nueva de celebración y afirmaciones identitarias, trazadas a escuadra y a cartabón. El flanco este se soporta en amplios soportales de paso que permiten el acceso a las zonas de la alcaldía en el vértice cartaboneado. A la misma pasáis con previo permiso del guardia custodio para circunvalar con calma el perímetro hasta el segundo cuerpo, planta en escuadra apoyada en columnillas blancas de asegurada esbeltez por la altura y el diámetro.
Para no exaltar en demasía el embroque del turista cultureta en el espacio destinado, ni exagerar el peligro del verraco en su embestida, detallarás ahora el menú del restaurante “Muuu”, apellidado gastroburguer, tan cacofónico en su nominación como vulgar en su oferta. Malcomiste de nuevo, un revuelto de setas y un trozo de pescado reseco al que el camarero llamó bonito no sin cierta sorna al que no se le podía hincar el diente. Al menos los platos pudieron acompañarse con un rioja joven aceptable. No fue un hito gastronómico el primer almuerzo en La Rioja pero sirvió para fijar los canales de comunicación horizontal con los miembros del grupo dispuesto en dos mesas rectangulares, con el comensal del lado con el de enfrente y con los diagonales. Intercambio de opiniones ligeras, de la propia vida, de la calidad del vino, de la admiración que una de las señoras con más edad profesa a la escritura de Juan Manuel de Prada con la que no coincides en absoluto y que será la única disidencia que expreses por educación y por evitar distancias innecesarias en el trato formal.
De nuevo surgió una radical defensa de la tauromaquia por parte de uno de los miembros del triunvirato directivo que argumentaba a su favor con la carga emocional que justifica sin lógica las opciones, como su habitual presencia en las plazas porque su padre, comisario de policía, ejercía la presidencia de las mismas, aunque entendiendo las razones de los antitaurinos. De lances a puerta gayola y requiebros al burladero. Tiempo de escuchar los tópicos insoportables alentados por la fluidez que el vino desata en la expresión de los sentimientos. Otro aldabonazo en el muro de la ideología más reaccionaria lo dará un tipo al que acabarás compadeciendo por su situación personal, que defiende con rotundidad la función educadora del antiguo servicio militar obligatorio para “hacer hombres”.
Vuelves con otra decepción en el recuerdo después de la visita a La Guardia en una de las tardes de tiempo más desangelado. En el traslado tuvisteis ocasión de ver al paso las construcciones de encargo a arquitectos de renombre parta favorecer el llamado enoturismo, otra de tantas diversificaciones de la oferta de la gran industria de occidente. Esa ciudad amurallada que tanto te impactó cuando la conociste, cuando en sus bodegas los vecinos pasaban la tarde con una copa de buen vino y en los bancos de la plaza tertuliaban los mayores, hoy te ha parecido un cascarón vacío al servicio del sacrosanto turismo. Asististe al pase de las tres figuritas del reloj de la plaza en el maravilloso escenario de la urbe medieval despojado de vida vecinal en su recoleta belleza amurallada. Afortunadamente, la entrada al bien protegido pórtico gótico de la iglesia de Santa María de los Reyes que no conocías y su disfrute te compensó de la frustración respecto a su entorno. Aún quedaba en el día una visita más a la capital vinícola y comercial de Haro con subida hasta su plaza de La Paz y pasada por la iglesia de Santiago para conocer la curiosa fachada plateresca. Un tanto cansado de tanta contemplación y tan escaso condumio se cerró la primera jornada riojana. Irena padeció una mala digestión causada probablemente, por algún lácteo de la salsa híbrida que acompañaba al recurrido filete de porcino propio de los menús para grupos. En la memoria visual del día, se intercambian y sobreponen en ti, las tallas coloridas del pórtico de la iglesia de La Guardia, el templete de la música de la Plaza de la Paz de Haro con el perfil dorado de los viñedos por los que ha transitado el bus, por las laderas ocres de los líneos con sus cepas desnudas después de la reciente vendimia en una mezcolanza de paisajes y monumentos, de las nuevas bodegas como apuestas inversoras de las marcas señeras del rioja y las suaves lomas a pie de Sierra Cantabria que en el desplazamiento anunciaban los páramos castellanos.
Para escuchar de nuevo el canto de un gallo en una catedral, es decir, para estar a las once de la mañana frente a la jaula de alabastro policromado del siglo XV en la remozada sede episcopal de Santo Domingo de la Calzada, en la que el canto de un poderoso gallo resuena en las naves góticas, habíais salido una hora antes desde el hotel Gran Vía. Cumplido con tiempo sobrado el primer desayuno compartido con el grupo de coetáneos, observaste que en general son personas moderadas en la ingesta del bufet libre, en cuya elección predominan las frutas y los lácteos frente a las grasas como es propio de la edad. Cuando entraste por primera vez a este templo puede que el guía que os lo explica hoy aún no hubiera nacido. Recuerdas la oscuridad del espacio y la suciedad de sus muros. El espléndido retablo renacentista de Damián Forment aún no se había trasladado desde la Capilla Mayor al crucero norte. Entonces impedía la visión de la girola y de las originarias facturas románicas que dan empaque a esta acumulación de estilos en fiel reflejo del paso del tiempo y de las modas de uno de los hitos de la peregrinación jacobea. En su nueva ubicación puedes apreciar con el detenimiento y la fruición que el horario de la gira permite y con la ayuda de una pantalla táctil, la calidad expresiva de los personajes mitológicos, tritones, nereidas o grifos en abigarrada simbiosis con la iconografía católica. Te preguntas qué rasgo define la mirada del turista, del ciudadano que sale fuera de su entorno para ver, para mirar otras realidades, si podrías hacer un símil con el vuelo alicorto de la gallina, a saltos para llegar con prisas desde un lado al otro del corral. Qué oye el turista cuando escucha las explicaciones de los guías locales, qué información asimila más allá de las naturales anécdotas con los que estos trabajadores adornan sus discursos no siempre fiables o qué contenidos interioriza de los paneles gráficos o de las páginas web que haya visitado con anterioridad. El peregrino que fuiste ha vuelto a “Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada”, una de tantas leyendas milagreras que caracterizan a esta localidad nacida en torno a la figura del aposentador cuasingeniero medieval. Aún no has perdido la curiosidad pero sin duda has dejado atrás la mirada ingenua de tu remoto pasado.
En el irredento afán de actualización del patrimonio monumental en posesión de la Iglesia, te causa estupor el resultado de la intervención en el sepulcro del susodicho constructor, no por la limpieza a la que se han sometido las tres piezas que lo conforman, la lauda románica sepulcral, la mesa gótica y el templete que cubre el conjunto, algo más tardío, sino por la decoración de las paredes de la cripta con mosaicos instalados en 2019, obra del teólogo y artesano esloveno, Marko Rupnik, también perpetrador de otras renovaciones que claman contra el gusto de este visitante, como la nueva vidriera del rosetón o el medio relieve de la Puerta Sur sobre la parábola del Hijo pródigo, tosca alusión a la fe del peregrino, que hubiera espantado al mismísimo padre del muchacho dilapidador. Ya de vuelta cuando redactas la crónica, obtendrás curiosos datos sobre el personaje especializado en paramentos de teselas brillantes y de oscuro pasado. Recientemente ha sido expulsado por los jesuitas en cuya Compañía militaba, por denuncias de varias relaciones con religiosas de las que salió absuelto por la prescripción de los delitos o que en sus estudios de teología, Rupnik se especializó en la curiosa disciplina de misionología, algo así como la transmisión del mensaje de los evangelios y que su tesis doctoral fue: “Vasili Kandinsky como o acercamiento a una lectura del significado teológico del arte moderno a la luz de la teología rusa”, nada más y nada menos… En nuestro país no le han faltado ofertas al ardiente misionólogo y prolífico mosaiquista pues ha dejado numerosas obras en varias dependencias de la catedral de La Almudena de Madrid, y en otras capillas como la de la Universidad CEU San Pablo, la de la Conferencia Episcopal Española o la del Obispado de Tenerife. Mientras paseabas en torno al sepulcro te preguntabas si la anacrónica propuesta de divulgación de los relatos bíblicos con la figuración neorrománica, podría ser eficaz respecto al objetivo de la institución emisora a la que precisamente le sobra experiencia en la comunicación de masas. Pero en el colmo del espanto de tu sentido estético destacas el repelús que te causó la gigantesca talla en madera de tilo de un Cristo de grandes dimensiones instalado en uno de los pilares del altar mayor en 2019. Aunque realizado en el taller de un maquetista aragonés más bien parece engendrado por algún sarcástico autor de ninots de las Fallas valencianas. La implantación de tal adefesio se debe a la voluntad de uno de los canónigos fallecidos por un compromiso adquirido con una familia benefactora del templo que hizo el encargo. Donaciones, vínculos de servidumbres, favores pagados y tantos otros caminos que se bifurcan en el tiempo llevando en el mejor de los casos a la acumulación diacrónica de las modas artísticas que llevan a una fusión serena en un determinado monumento, o a la irrupción disruptiva de un elemento en el conjunto como aquí ocurre. Entiendes que cada movimiento artístico responde al imaginario colectivo o de las clases dirigentes de la sociedad de su tiempo. Confronta con el anterior, se desarrolla, llega a su cenit y entra en decadencia hasta agotarse al igual que cambia la mentalidad de la época en búsqueda de nuevas estéticas. Si se pretende la recuperación, esta suele ser siempre más pobre e incluso llega al sinsentido por su descontextualización en el espacio y en el tiempo. Como en tantos otros centros turísticos, templos o museos, la salida al exterior supone el paso obligado por la tienda de recuerdos de objetos relacionados con cualquiera de los aspectos del culto y de las leyendas que los cimentan. Figuritas cerámicas de gallinas y gallos, belenes en miniatura, referencias a otros milagros del santo titular, paños de cocina, mandiles y mil artículos grabados con cualquier alusión a lo expuesto. Money is money. Unos minutos de descanso en la Plaza del Santo en un poyete al pie de la torre exenta de la catedral, la más alta de las cinco gemelas del ya familiar barroco riojano, conocida como “La moza” os compensarán de los excesos del eclecticismo de la sede calceatense. Al oeste de la plaza se abre el antiguo hospital, hoy Parador de Turismo y al sur la ermita de La Virgen de la Plaza, a la que habéis entrado unos instantes. Un reducido espacio, conservado dignamente sin los disparates cometidos en la catedral.
Aún restaban dos visitas en la extensa jornada a dos monasterios: el de Yuso y de Suso, en San Millán de la Cogolla, otra topónimo del vasto santoral beligerante hispano. La figura del eremita de la antigua Coculla, compitió durante algún tiempo por ser el patrón del españolismo imperialista aunque a la postre en aquella curiosa disputa por santos guerreros, saliese triunfador el de Compostela. De ahí el recurrido grito bélico que, según se contaba en las viñetas de los TBO de tu infancia proferían los caudillos para azuzar a las mesnadas, aquel “Santiago y cierra España” decisivo en las sucesivas victorias contra los infieles. La cuestión del patronazgo en el que también se había postulado a San Isidoro, que sólo quedó a cargo de León en las batallas celestiales, se alargó hasta el siglo XVII, cuando San Millán quedó como patrón de Castilla y copatrono de España. Asuntos baladíes desde el presente pero que fueron cíclicamente debatidos en los Concejos y Cortes del Medievo, con los pagos de impuestos a una u otra diócesis de telón de fondo. Tanto en la portada del monasterio de Yuso, conocido como el Escorial de La Rioja, como en el cuadro que preside el retablo del altar mayor de su iglesia aparece un supuesto batallador, un barbado jinete con hábito benedictino y una espada flamígera con la que impone su fe sobre caídos musulmanes a los que el caballo va a pisotear. Un ejemplo nítido de la hagiografía belicista en la larga alianza de la corona y de la mitra. En el monasterio, una amplia construcción del siglo XVI que ocupa más de 700m², sigue morando una comunidad de once monjes benedictinos recovecos. El conjunto te impacta por su solemne frialdad. El grupo sénior fue guiado por una señora de voz cantarina y una dicción castellana perfecta con un mensaje aún mejor contado en torno a la copia de las Glosas Emilianenses, las primeras palabras cercanas al castellano o navarro-aragonés y otras tres líneas en euskera que algún monje del siglo XI tuvo a bien anotar junto al párrafo en latín en el scriptorium de estas instalaciones. Ambos monasterios son Patrimonio de la Humanidad, testimonios del pasado recreados en torno a los orígenes, en este caso unas líneas indecisas que llevaron a nombrarlo como “Cuna de la lengua” en 1977. Aunque el motivo no sea exclusivo, pues la belleza del enclave natural ya justifica una visita, el dato filológico, de relativo interés se ha trabajado con visión comercial como tantas otras anécdotas históricas para que sea un polo de atracción turística. Así se consolida hasta que muera de éxito la cuarta industria del mundo, una actividad global centrada en el transporte de ida y vuelta de grupos de humanos definidos por la búsqueda del placer individual en la experiencia del traslado y de la estancia limitada. A cambio las grandes cadenas de inversión obtienen enormes beneficios que no suelen recaer en los entornos visitados y repercuten negativamente en las ciudades y el equilibrio ecológico. Empiezan a asomar grietas en las bases del sistema, ya sea por su insostenibilidad o por los daños causados en todos los hábitats. Mas no deja de ser hermosa la coincidencia en las primitivas muestras escritas de dos de las cuatro lenguas del Estado en el mismo volumen.
Sin duda el mejor descubrimiento de los tres recintos visitados en el día fueron los restos del monasterio de Suso, en las laderas del valle del río Cárdenas a las que se accede en un minibús público por las cerradas curvas en herraduras del recorrido. Allí parece ser que vivió el eremita fundador. Ruinas ricas para la interpretación, zonas superpuestas desde el cenobio visigodo a las reformas mozárabes, o la ampliación románica en las que la historia se recrea, en una tarde cualquiera de luz difusa, en la que puedes imaginar que allí creció el primer poeta del mester de clerecía, Gonzalo de Berceo, el autor de los Milagros de Nuestra Señora que estudiaste en tu bachiller de letras. Todo el misterio de los alucinados siglos posteriores a la ruina del pensamiento clásico y a las creencias que habrían de constituirse después como paradigma nuevo, están allí, en los grafos de sus muros, en el mosaico rudo del suelo del portalejo y en los desgastados arcos del pórtico inclinado hacia el valle.
El autobús aparcaba en el Puerta de Burgos bajo una lluvia fina que no cedería en toda la noche. Después de la instalación en la habitación, más anticuada y menos cuidada que la de Logroño, salisteis a cenar por los alrededores del hotel situado en la larga calle Vitoria que conecta con el barrio de Gamonal, que hace diez años ocupó durante varios días los informativos por la oposición vecinal a la construcción de un aparcamiento subterráneo en esta vía. El conflicto derivó en actuaciones violentas de grupos incontrolados durante cuatro noches. Una radicalidad y una resistencia que sorprendió entonces en el resto del país, pues la ciudad no deja de tener una imagen muy conservadora. El aparcamiento y la transformación prevista de la calle nunca se llevaron a cabo. Aquellos incidentes fueron motivo de recuerdo durante la opípara cena con berenjenas y pollo a la brasa, en “En ascuas”, un curioso establecimiento hostelero, entre la cafetería de tarde y el bar de raciones, con una decoración mixta entre el brutalismo y el recio material decorativo burgense, en el que se sirven a buen precio riojas, rosados navarros o blancos de Valladolid pero no riberas.
Las relaciones entre los miembros del grupo se van desvelando conforme la convivencia se prolonga y se comparten las actividades, el desayuno, el almuerzo, los desplazamientos en el bus y el denso programa de visitas. De un modo natural se realzan más las afinidades que las divergencias porque todos ponen de su parte para procurar el bienestar general con alguna execrable excepción. En el cuarto día, una señora que venía con una rodilla lastimada, ha tenido que quedarse en la habitación para ser atendida su atento marido, aunque la pareja te había llamado la atención el primer día porque durante las horas de tren, no habían intercambiado una palabra a lo largo del trayecto. El resto del grupo ha estado pendiente y solícito en las atenciones requeridas por la compañera disminuida. Las jornadas se alargan en el afán grupal de no dejar nada pendiente por conocer y hay momentos en que necesitáis Irena y tú parar el anhelo de la mirada, frenar los resortes de atención y relajar la vista. Las molestias físicas también se hacen presentes en ti, los pinzamientos de las dorsales te incomodan al empezar a caminar y has de apoyarte disimuladamente en las subidas y bajadas al bus. Son limitaciones con las que habrás de lidiar para el próximo viaje, siempre el penúltimo. Y no eras el único en tener que lidiar con los alifafes de la edad relacionados con el desplazamiento.
En la Cartuja de Miraflores, la única que quedó a salvo de la Desamortización de Mendizábal por lo que siempre ha estado habitado, viven en la actualidad catorce monjes cartujos de los poco más de cuatro centenares que quedan de esta orden en el mundo. Durante el corto trayecto desde el hotel, la guía local, que no se caracteriza por su capacidad de comunicación con un acento trufado de madrileñismos que no es agradable al oído, os ha explicado las estrictas reglas instituidas por el fundador, san Bruno de Colonia. Mientras disfrutas de la vista del caudal del Arlanzón de los verdes de sus riberas por el parque de Fuentes Blancas, sigue el discurso monótono de la guía, te preguntas qué llevará en nuestro presente a optar por despedirse del mundo para vivir en la total soledad, hasta qué punto esa opción vital justificada por la fe, por la creencia en el más allá y por el miedo a la nada de la condición humana no se enraíza en percepciones patológicas. Preguntas sin respuestas que quedan en suspenso cuando accedes al atrio anterior al claustro. Allí se exponen productos a la venta elaborados por los frailes para complementar los ingresos. Productos híbridos entre la artesanía y la posmodernidad consumista, desde cremas antidolor o elixires para la larga vida hasta rosarios de pétalos de rosa y otras manualidades relacionadas con el culto no sabes si a la vida o a la divinidad.
Cruzamos el patio ajardinado que da la entrada a la iglesia por uno de los dos laterales del claustro abierto al público. Más que lugar de predicación, el mayor edificio del conjunto fue concebido como homenaje indeleble a la incipiente dinastía reinante. Panteón real construido a mayor gloria de la familia confirmada como tal por voluntad expresa de la reina Isabel de Castilla. Consta de una sola nave en cuyo altar mayor se eleva el impresionante retablo de Gil de Siloé con policromía de Diego de la Cruz, quizás el más significativo de la imaginería tardogótica peninsular. Destaca la expresión sufriente del crucificado que se adelanta desde una rueda angélica, arquetípico ornato de la dimensión de la divinidad, desde los círculos solares de las primeras religiones politeístas a la mandorla románica. Y por dos veces representados, Juan II de Castilla e Isabel de Portugal, padres de la reina Isabel, en la parte inferior del retablo como orantes, uno a cada lado, y como figuras yacentes en el sepulcro a los pies del altar. Un completo despliegue de esculturas en alabastro, en planta de estrella de ocho puntas, claro ejemplo del poderío alcanzado por la hija y hermana que también mandó construir otro sepulcro en arcosolio en el muro del Evangelio para el Infante Alfonso, su hermano muerto a los quince años por envenenamiento, después de un reinado fugaz en la convulsa Castilla de los Trastámara. La reina, hermanastra de Enrique IV y vencedora en el conflicto con los partidarios de Juana “La Beltraneja”, no reparó en gastos a mayor gloria de sus familiares directos. Al menos de la estética gótica, despojada de las motivaciones del poder de su época nos queda la posibilidad de apreciar su indiscutible belleza. Su contemplación ya justifica la visita al monasterio que además te ofreció otras gratas sorpresas, como el lienzo de pequeñas dimensiones de Pedro Berruguete con el tema de La Anunciación, una de sus obras más importante en la que la influencia italiana es evidente. El tríptico sobre tabla de la escuela flamenca conocido como “El Calvario” y un trabajo de Joaquín Sorolla joven. En este cuadro, el maestro valenciano se acerca a una temática religiosa que trabajará poco a lo largo de su vida pero que enfoca de una manera original. Compone una escena dinámica casi en un escorzo invertido, marcado por tres manos que izan con fuerza el madero de la crucifixión con un primer plano de la cara de Cristo moribundo y la expresión alucinada del discípulo amado ante la desesperación de la madre vista casi de espalda. Por su efectismo teatral, por el poderoso dibujo y por la reducida paleta en blanco y negro, podrías haber confundido con los trazos de un Goya o como un antecedente del expresionismo posterior. Sorpresas inesperadas en este tipo de exposiciones permanentes en las dependencias anexas a los templos y monasterios que suelen reducirse a pinturas devocionarias y objetos litúrgicos que no te atraen.
Bajo el Arco de Santa María, la principal puerta de las murallas y paso principal al casco histórico de Burgos, la guía de turno os ha disparado su discurso sobre los personajes que ocupan las hornacinas de este arco triunfal construido a mayor gloria del emperador Carlos V. Él es la figura central en este altar heroico, acompañado por el fundador de la villa, el conde Diego Rodríguez o “Porcelos” como fue conocida la villa en sus primeros años. En la cronología urbana peninsular, Burgos no deja de ser una ciudad joven pues se cumplen en este año 1.240 desde su fundación. Un burgo que iría creciendo en la pujanza del proceso de independencia de Castilla del reino de León, realizada con visión de futuro por el conde Fernán González. El conde debió ser un tipo inteligente y pactista, un estratega mitificado en la hagiografía castellana posterior. Habrá ocasión más delante de referir algunas anécdotas relacionadas con el susodicho noble, cuando al día siguiente visitéis la ex colegiata de San Cosme y San Damián de Covarrubias.
En la poblada representación del poder terrenal del Arco de Santa María no podía faltar, a la izquierda del emperador, la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, el primero de los grandes mitos de la fundación patria, ensalzado y enaltecido hasta la náusea por sus hazañas guerreras, en tupido velo sobre el carácter mercenario de sus campañas. Un mito reincidente en su utilización coyuntural en distintos periodos de la historia del país, nacido a partir del Cantar del Mío Cid con sus 3.700 versos y sus tres cantos. A su narrativa épica y lírica te acercó en tu bachillerato superior de letras, un profesor de mirada estrábica, feo y sentimental, conocido como El vasco para sus alumnos por su apellido. Un admirador nato de la divulgación de Menéndez Pidal, que supo transmitiros su pasión por nuestra literatura clásica. El buen profesor acabó el trimestre dedicado al Mío Cid con la lectura reposada y el recitado de los sonoros versos del poema del poema Castilla, de Manuel Machado, y sus conocidos versos:
El ciego sol, la sed y la fatiga…
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
– polvo, sudor y hierro – el Cid cabalga.
En la mañana habías tenido ocasión de rodear la estatua ecuestre del adalid castellano, desde el autobús en la Plaza del Mío Cid (Mi sidi campeodoctor) antes de que os dejara en el bonito Paseo del Espolón con sus cuidados jardines y sus setos recortados con primor. El conjunto del barbado guerrero, la capa extendida por el viento, con la espada Tizona empuñada al frente hacia el río Arlanzón, mientras espolea al caballo Babieca, denota una intención propagandística propia del último régimen que volvió a sacarlo de la tumba del patrioterismo depredador. Comprobarás después que la estatua, convertida junto a la estampa de la catedral en uno de los iconos turísticos más representativos de la antigua capital de Castilla, es una obra de González Quesada inaugurada en 1955 por el dictador Franco. Cerca de allí, en los estudios de RNE del Paseo del Espolón, el locutor Fernando Fernández de Córdoba había leído con la épica entonación del fascismo emergente, el último parte de la guerra civil española. El texto había sido firmado por “El generalísimo”, dieciséis años antes el 1 de abril de 1939. Recuerdas casi literalmente aquel corto y falaz comunicado, porque lo oíste muchas veces en la hiperbólica dicción de la época cuando estudiabas sobre comunicación de masas. “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. No averiguarás en cuántas en ocasiones volvió el autócrata a esta ciudad, pero no dudas de la importancia que tuvo como signo de la victoria fascista en los primeros años del régimen. Te lo imaginas identificándose con el guerrero legendario desde su enanismo moral el día de la inauguración del monumento, ya asentado en el poder. El infame personaje que sería llamado por su prensa “Faro de occidente” y que cuatro años más tarde se abrazaría al presidente Eisenhower en la base de Torrejón de Ardoz para asegurarse en el poder al favorecer los intereses geostratégicos de los EE.UU. frente a la U.R.S.S. El día anterior, habían colgado un pañuelo con la bandera española al cuello del Cid. Te enterarás después que los autores del exorno han sido los miembros de una Delegación de deportistas paralímpicos de vuelta de los Juegos de París. Ritos de otras generaciones para los que la bandera rojigualda empieza a cumplir funciones de integración. Al menos eso quieres pensar. Quieres superar tus prejuicios por la experiencia negativa en el hospedaje en la primera visita como peregrino, cuando en la pensión estuvieron a punto de no aceptaros porque ella y tú no llevabais el libro de familia o el sucio local de beneficencia al que os mandaron a comer. Pero más allá de una experiencia subjetiva, recuerdas por una novela de reciente lectura de Joaquín Pérez Azaústre, el viaje que desde aquí emprendió Manuel Machado con su esposa Eulalia, en un coche facilitado por los ideólogos del futuro régimen en 1939, para despedirse del cadáver de su hermano Antonio, ya enterrado en Colliure. Intentas comprender el hondo desgarro que sentiría en su conciencia al traicionar los ideales compartidos y la vivencia del miedo que le llevó a publicar el panegírico al golpista con sus desgraciados versos: “Para un mañana, que el ayer no niega/ Para una España más y más España/ ¡La sonrisa de Franco resplandece!”
En la tarde volverás a toparte con la figura del guerrero castellano, caballero cristiano por decisión fabular, desde el mester de juglaría del Medievo a los constructores de la Una, grande y libre de tan trágicas consecuencias en el pasado siglo, cuando hagáis una de tantas paradas imprescindibles en la visita a la catedral. Visita libre, no sujeta a las explicaciones de un guía ni a la escucha prolija de los auriculares, sólo condicionada por el regocijo estético y por la florida placidez a la que te lleva. Antes del mediodía, Irena y yo habíamos accedido por la fachada principal, llamada de Santa María, a las capillas abiertas al culto y a la oración, la del churrigueresco retablo de Santa Tecla y la de los Remedios, presidida por el Cristo de Burgos, imagen articulada, de chocante realismo, caracterizada por una inverosímil falda de terciopelo y con tan numerosas laceraciones expuestas, que rozan en tu ánimo la íntima sorna. Habíais comido en el Restaurante Nuño al lado de las escalinatas, un menú al uso turístico en el que la sopa castellana en un semisótano será el plato a reseñar, antes de predisponeros para pagar el diezmo turístico de la visita. Fue un paseo denso y disfrutado, sobre todo por la admiración que brillaba en los ojos de Irena al ser la primera vez. Una visita que se extendió a las dos horas para solazaros con la magnífica filigrana en piedra que generó el nuevo burgo hacia el siglo XII. Y allí, procuras leer los versos seleccionados por Don Ramón del Poema milenario para que fuesen grabados en la ostentosa losa («A todos alcança ondra por el que buen ora nacto»), entre el coro y el altar mayor, en el vértice central, bajo el cimborrio más granado de los templos góticos que conoces, ante la losa de jaspe rojizo de su tumba, compartida con la esposa Jimena. Quizás los pocos huesos que allí se depositaron en 1921 con motivo del 700 aniversario de la construcción, ni siquiera les pertenezca, pues el sepulcro original de San Pedro de Cardeña fue expoliado por los franceses en 1808. Una tumba ante la que rememoras la petición del regeneracionista Joaquín Costa, en su noble intención y conseguida metáfora para “poner una doble llave al sepulcro del Cid” y que no nunca volviera a cabalgar por los predios del belicismo hispano, una llamada a acabar con la invención secular de un pasado que no fue.
Completasteis la tarde lluviosa con un paseo bajo los paraguas por El espolón, tomando un café y ojeando títulos locales en una de las librerías de esta ciudad, que no son pocas. Resulta curioso ver un ancla en el escudo del tímpano de un edificio neoclásico en el conocido paseo, hoy sede de la Academia Burgense de historia y Bellas Artes y sala de exposiciones. Allí se instaló el Consulado del Mar como privilegio concedido por los Reyes Católicos a esta ciudad de la Submeseta Norte a poco más de 150 km de la costa para vehicular la exportación de la lana merina a Flandes a través del puerto de Santander. La faceta comercial de la ciudad pervive hoy con otra materia inesperada, pues en el cercano polígono industrial de Valdorros al sur, se cuece el 50% de los langostinos que llegan varios países de Sudamérica y se exportan a Europa. Curiosidades de la globalización económica. Cuando buscabais por los alrededores tranquilos del hotel un lugar para cenar, empezaron a oírse marchas militares a gran volumen propias de otros tiempos. Los responsables de la megafonía no llegaban a medio centenar. Agrupados en una acera solitaria exhibían pancartas alusivas a la corrupción y gritaban consignas de claro signo extremista contra el actual gobierno de la nación. Te cuesta despojarte de tus antiguos prejuicios sobre la ideología predominante de los burgaleses.
Pasaban cinco minutos de las nueve de la mañana cuando uno de los frailes cocelebrantes de la misa se acercaba al atril para la lectura del día de la Carta de San Pablo y tú entrabas con el resto del grupo viajero a la iglesia anexa al claustro románico del que se dice es el mejor conservado del continente europeo. No llegaban a veinte los monjes que cumplían con su liturgia en el frío escenario del altar, mientras sus voces cálidas contrastaban con la frialdad gris de la cúpula de media naranja del templo neoclásico erigido por Pedro Machuca sobre los planos del maestro constructor Ventura Rodríguez. Se cuenta que el maestro, admirador de Palladio, se empeñaba en destruir las obras anteriores a sus encargos. Afortunadamente, el agotamiento de los presupuestos asignados para la actualización del XVIII, salvó al claustro del ímpetu destructor de Rodríguez. La última vez que asististe a una misa fue en el sepelio de tu madre, en el verano del pasado año. Entonces fue oficiada por un dominico, esta por diecinueve benedictinos. De fraile a frailes, de una a otra orden transmutadas en la representación sacrificial para el rito del pan y del vino, corporeizados en materia divina, en entrega de la muerte propia para la supuesta redención de la especie pecadora. Elucubraciones posteológicas en tu asistencia vicariada, mientras que dos tercios de tus compañeros de viaje se acercaban a la comunión; curiosa proporción de creyentes practicantes. Incluso sentiste la sacrílega tentación de acercarte a recibir la oblea. Posteriormente los nueve curas con sus casullas rojas sobre el hábito blanco desfilarán pausadamente, con pasos solemnes, de dos en dos por el pasillo central seguidos de los hermanos de pardo sayal vestidos, hasta embocar la portada lateral de salida al claustro. En ti el tetragrama gregoriano en la menguante comunidad de cantores cercanos a la ancianidad.
Al fin, en el renombrado claustro, frente al ciprés de más de treinta metros eternizado como referente de nuestra lírica geografiada en el soneto de Gerardo Diego, frente al “Enhiesto surtidor de sombra y sueño”, tan reconocido que incluso se vende, triste ciprés de plástico, objeto que forma parte de las mercaderías de la entrada al recinto salvado de la piqueta dieciochesca. No es posible pasar al patio ni pasear entre los setos de arrayanes brillantes en esa mañana por las gotitas de calabobos pertinaz. De capitel en capitel, con la calma que la visita programada permite, con el afán de retener escenas, de apreciar detalles de la alegría y del humor popular de los canteros. Arpías, leoncitos, ajedrezados, motivos vegetales, sirenas-pájaros, enredados en escenas bíblicas o en geometrías en grecas. De un maestro cantero a otro y hasta las columnas retorcidas sobre sus fustes o torsas cuentan con una explicación milagrera como lugar del encuentro entre Domingo, el fundador del monasterio y su más fiel seguidor. En la esquina de la panda norte sobresale la presencia de una colosal virgen sedente del siglo XIII, con tres frutos en su mano derecha y el niño en la rodilla izquierda, conocida como la Virgen de marzo. Cuando redactas estas vivencias, te encuentras con las alusiones de Rafael Alberti que en dos ocasiones, en 1924 y en 1926, visitó el monasterio por su amistad con el investigador fray Justo Pérez de Urbel. Allí recitó para la comunidad su Triduo del alba, en “este claustro donde se muere de frío en un rincón la Virgen de marzo”. El poeta portuense escribió que “En el ángulo norte del claustro, junto al acceso a la iglesia, hay una escultura monumental de la Virgen de Marzo. Virgen sedente, de una sola pieza, de tradición románica en su hechura, velada y coronada, detalle del último tercio del S. XIII. La policromía de su rostro le añade belleza a su hierática expresión.” También al joven Federico García Lorca le llamó la atención cuando pasó por este monasterio en viaje de estudios en 1917. Así la describió el granadino universal: “En el final de una galería hay una inmensa Virgen, pintada de colores fuertes. Está sentada en un trono con el niño en sus rodillas. En las Vírgenes de esta clase se nota siempre un cándido ingenuo, lleno de religiosidad adorable…pero en esta está retratada la soberbia dignidad de un candor feroz. Y supone silencio y extrañeza la enorme imagen, que da con la cabeza en el techo, con los ojos muy abiertos sin mirar a ninguna parte, con las manazas exageradas, con la rigidez de su época”. Descripciones más redondas de las que pudieras intentar y que aquí dejas expuestas.
De Silos continuasteis la ruta para hacer a siguiente parada en Covarrubias dejando al oeste las lomas de la Sierra de las Mamblas recientemente quemadas que presentaban un triste aspecto. No obstante, sólo parecía dañado el monte bajo. Pero el autobús pasó de largo por la villa, por deferencia del conductor y del guía para hacer una visita no programada a las ruinas del monasterio de San Pedro de Arlanza. Fue una sorpresa muy agradable dentro del apretado programa. El cenobio dista poco más de ocho kilómetros y la estrecha carretera del trayecto serpentea hasta el fondo de uno de los valles de mayor belleza del periplo, originado por el río Arlanza de caudal rojizo por la arcilla arrastrada en las últimas lluvias. El paisaje de laderas pobladas por los sabinares mejor conservados de Europa, cerrado por los álamos dorados del otoño de las riberas, fue un regalo a la vista. Además coincidió el recorrido con el tiempo del mediodía en que numerosos buitres leonados posaban en los perfiles de las cárcavas al paso del vehículo. Un entorno natural inesperado para acceder al recinto monacal en el que se palpa esa atmósfera especial de los edificios que debieron ser majestuosos y hoy impactan porque a pesar de la decadencia y el abandono aún es posible denotar su esplendor. Quizás contribuya a esta sensación el tipo de intervención que se va haciendo sobre sus estructuras en una línea respetuosa con los restos, de mantenimiento de lo posible con una diferenciación clara entre lo antiguo y lo nuevo. El bueno de John Ruskin, a pesar de su visión romántica, mantiene su influencia a través del tiempo contra la propuesta de reconstrucción unitaria de Viollet-le-Duc que lleva a adefesios como el que se perpetra con la basílica de Sagrada Familia de Barcelona. Un placer confirmado durante el paseo por sus dependencias desmochadas. Desde la bien conservada cúpula de la sacristía a los altos muros del los tres ábsides de la iglesia abiertos a la intemperie del clima y de los siglos; desde el claustro menor en el que crece un alto pinsapo trasplantado desde el pinsapar de Grazalema hace ciento sesenta años, al apuntalado claustro mayor herreriano que sustituyó al original románico; desde la visión del refectorio a la subida a las celdas recuperadas en una amplia galería, te dejaste mecer en la serena contemplación de las proporciones equilibradas de su obra. Rememorabas otras ruinas magnificadas bajo el cielo como las de la iglesia gótica del Convento do Carmo de Lisboa o las de Santa María de Cazorla volvieron a tu memoria. El monasterio fue abandonado a partir de la Desamortización de 1835. En 1894 sufrió un incendio y en 1895, la portada de la iglesia fue trasladada al Museo Arqueológico Nacional de Madrid, algunos de sus frescos se exponen en el Museo Metropolitano de Nueva York y más de un sarcófago se trasladó a la catedral de Burgos.
Abundas en la narrativa viajera del homo ludens. El guía os ha comentado que aquí se rodaron las escenas de interior del hospital de la Misión de San Antonio del spaghetti-western de Sergio Leone más conocido: “El bueno, el feo, y el malo” en 1966. También la escena final del duelo de los tres pistoleros en el cementerio de “Sad Hill” se localizó cerca de aquí. Tanto la preparación del escenario como los figurantes fueron soldados de remplazo del Ejército de Tierra español. Incluso existe una asociación cultural local que recuperó el escenario natural en 2016 con la justificación del quincuagésimo aniversario del rodaje. Cualquier excusa sirve para la atracción turística y más de un Clint Eastwood de pacotilla con poncho y pose asesino campeará por sus alrededores para la mímesis del arquetipo.
La agencia de viajes había concertado el almuerzo en el restaurante Galín, en la plaza mayor de la llamada “Cuna de Castilla”. Allí se serviría al grupo una completa olla podrida que no pudiste apreciar pero a la que los demás comensales no dejaron de ensalzar. Un vino joven de la D.O. de Arlanza, rico y potente al paladar que ayudó a disfrutar de la olla y a que la comunicación entre los compañeros del viaje fuese fluida y animada. Vas notando los acercamientos por afinidades en el posicionamiento en las mesas, de las células de conocidos y de las recientes incorporaciones. La villa forma parte de la Asociación de los Pueblos más bonitos de España. Un conjunto urbano vistoso en su concepción, pulcro y bien cuidado, con sus soportales de madera, su plaza porticada, restos de la muralla medieval, la Torre de estilo mozárabe de Doña Urraca o la ex colegiata de San Cosme y San Damián, pero que adolece de vida vecinal que no esté relacionada con el turismo, como ya viviste en La Guardia. Sin tiempo de descanso, después del condumio tocó el corto paseo por la villa rachela, pues racheles es el curioso gentilicio de sus habitantes que no llegan al millar. Quizás por el cansancio de la observación y por la poca luz de la tarde lluviosa, la visita a la ex colegiata no respondió a tus expectativas. Un templo suntuoso de un gótico áspero de piedra gris. En una de sus capillas laterales se encuentra el sarcófago de Fernán González, trasladado desde el monasterio de Arlanza en 1841. Otro personaje legendario que debió ser un hábil político y consiguió ir articulando los condados que originaría Castilla. De mitificar su vida, como héroe cristiano que luchó contra el Islam se encargaron los monjes benedictinos del monasterio visitado unas horas antes, especialmente un abad arlantino del siglo XVI, fray Gonzalo de Arredondo. El poema en el que se cantan sus hazañas data del siglo XIII cuando el “Buen Conde” vivió en el siglo X. Por si fuera poco, en el fabulado anecdotario al personaje se le han ido endosando movimientos estruendosos de los huesos en la caja, apariciones fantasmales antes de batallas que se consideraron decisivas para limitar la extensión de Al-Andalus como las de las Navas de Tolosa o antes de la conquista de Granada por los Reyes Católicos, e incluso llegó a contarse que sus huesos volvieron a moverse en 1808 a la entrada a España de las tropas napoleónicas. Pero del fantasmagórico personaje tú recuerdas la anécdota que os contaban a los niños en la escuela primaria de los sesenta sobre el regalo del caballo y del azor que le costó al rey de León la independencia del condado, cuando no pudo pagar los sacos de trigos acumulados desde el emplazamiento del trato. Puede que el gusto por las narraciones orales que caracteriza a los boomers primeros, casi septuagenarios ya, procedan de esa concepción personalista de la historia que los maestros desgranaban con parsimonia en las aulas.
En el claustro se conserva el sepulcro de la princesa Kristina de Noruega, restaurado en 1958. Murió a los veintiocho años se dice que por nostalgia de su tierra, aunque lo más probable es que fuese por una meningitis. Allí permanece por voluntad de su marido Felipe, hermano menor del rey Alfonso X, que antes de su matrimonio había sido abad de la colegiata. Para aventar la leyenda y afinar la relación de la villa con el país nórdico, en 1978 con motivo del milenario del Infantado, la ciudad noruega de Tonsberg donó una estatua en bronce de su figura que es otro punto de referencia para los visitantes a este trabajado escenario de corte historicista. Historietas de la Historia. Aunque a esas horas de la tarde ya tu atención se dispersaba, te quedas con el curioso retablo tardo gótico, de un tríptico de La Adoración de los Reyes Magos, atribuido al Maestro de Covarrubias, del que no se tiene ningún dato salvo que pudo ser discípulo de Gil de Siloé. El retablo, con pinturas en las tablas laterales y tallas en la escena central, con los tres reyes racializados, según la nominación de moda, presenta un inmejorable aspecto por su reciente restauración en 2008.
La curiosidad que se atribuye al turista cultural es un supuesto imprescindible para contratar con la agencia especializada y desde el momento del pago, el sujeto cuenta con que el circuito comprometido, en una sola jornada visitará hasta tres hitos de la zona, a monumentos cargados de significaciones, principalmente histórico-artísticas, a museos o exposiciones. Además tendrá que confirmar en la realidad de la visita sus propias configuraciones a partir de lo que haya leído, de toda la información disponible en la infoesfera, e incluso de lo estudiado en la lejana juventud. Paradójicamente, la realidad visitada nunca satisfará del todo sus expectativas porque el exceso seguirá ahondando su apetito permanente de contrastar lo supuesto y lo real. La mirada requiere de calma y de reposo que los múltiples estímulos acumulados en unas pocas horas la dificultan. Y a pesar de todo, cuando volvisteis a Burgos, aún os quedaban ganas para acercaros a la exposición “Objetivo Picasso”, exhibida en los bajos de la Casa del cordón o Palacio de los Condestables, sede de la antigua Caja de Burgos, hoy de CaixaBank. Otra magnífica obra de un gótico florido levantada Simón de Colonia el mismo arquitecto de Capilla de Santa Ana de la catedral y de la iglesia de la Cartuja de Miraflores visitadas el día anterior. Este “Homenaje a Picasso” fue una respuesta colectiva de 270 autores como desagravio por los atentados realizados contra los grabados de la Suite Vollard en la galería Theo de Madrid en 1971, cuando el artista malagueño cumplía noventa años. La colectiva se expuso en Vallauris en 1972, en la ciudad francesa en la que residió el artista entre 1947 y 1955. En España se prohibió. Después del acercamiento intensivo a los retablos, capillas, tallas góticas y claustros, la completa muestra del arte de los setenta te resultó extraña, no por falta de calidad sino por el consabido exceso. Una exposición recomendable aunque no consiguieras disfrutarla. Última noche para despediros del primer viaje con la asociación. Un viaje intenso en estímulos como dejas dicho, rico en el conocimiento de las relaciones entre las personas de edad aún ávidas de conocimiento y placentero en el rol del turista asombrado.
En el último trayecto hasta Madrid para subir al tren en la estación de Atocha para Sevilla, el bus subió hasta Lerma, la ciudad en la que residió el mayor especulador de la historia del imperio español: Francisco de Sandoval y Rojas, secretario de Felipe II y de su sucesor Felipe III, primer titular del ducado. El valido se enriqueció hasta la náusea convenciendo al rey para que trasladase la capitalidad de Madrid a Valladolid, en la que residió la corte durante cinco años. En ese lustro consiguió beneficiarse con los altibajos y compraventa de terrenos y residencias de la nobleza de estas ciudades. Para salvar el cuello una vez fallecido el protector, consiguió que el papa lo nombrase cardenal, de ahí la coplilla de los mentideros de la corte sobre el caso. “Para no morir ahorcado/ el mayor ladrón de España/ se vistió de colorado”. Desde 2017, Lerma también se incluye en la lista de los pueblos más bonitos del país. Te preguntas qué criterios llevarán a estas clasificaciones tan subjetivas, aunque sean bienvenidas si son útiles para evitar el despoblamiento de localidades como esta, desprovistas de servicios para una población cada vez más envejecida y que obliga a los jóvenes a instalarse en las capitales cercanas como Burgos o Madrid una vez que acaban su formación.
Más de cincuenta coches aparcados en el pavimento empedrado de su Plaza Mayor, de la que dicen que es la más grande de España, deslucían el conjunto y cualquier intento de contemplación monumental quedó truncado. Tantas comparaciones cuantitativas entre unos y otros pueblos pueden ser cargantes por lo innecesario. Ni la pasmosa fachada del Palacio Ducal, ni la planta del edificio del duque especulador, con sus cuatro torres de chapiteles madrileños, reconstruidos en la restauración de 2003, ni los soportales sobre pilares de madera podían sorprenderte ya. Te sentiste como si hubieses viajado a medio siglo atrás, cuando los utilitarios de los veraneantes llegaban al centro mismo de los cascos históricos para sacar la tortilla de patatas y los filetes empanados para el almuerzo. Desde allí, hicisteis un corto recorrido por el casco histórico con ligeras explicaciones de vuestro guía, incómodo por la presión de la megafonía de la competencia de los guías locales para anunciar la visita oficial, previo pago “¡Cuán gritan esos malditos!” como diría Don Juan Tenorio. No obstante, el buen comunicador os informó de los pasadizos que comunicaban el Palacio Ducal, con el convento de las clarisas en la plaza de Santa Clara, para favorecer la discreción de las visitas del señor a las hermanas y comentó algunas curiosidades más del primer duque de Lerma como su afán de construir conventos para las órdenes más representativas como expresión de su poder e influencia. En uno de sus bancos de granitos frente a la colegiata, se instaló en 2017 una estatua sedente de José Zorrilla en el momento en el que se supone que escribe la dedicatoria de su obra insignia al amigo Francisco Luis Vallejo, lermanense de pro y último corregidor de la villa. Plazas de cerámica en el Mirador, abierto al Valle de Solarana, y en el paseo a él dedicado por sus calles, recuerdan los años de juventud que aquí pasó el autor del Tenorio y algunos de sus versos de romántico frustrado ante el desdén de la amada: “¡Catalina! Tú, serena/de llanto y de amor ajena/ni oirás mi cantilena/ ni sentirás mi pasión”. En la misma plaza se depositaron los restos en Jerónimo Merino en 1968, trasladados desde Alenzón (Francia) en donde había muerto. Demasiada necrofilia por estas tierras burgalesas. El “Cura Merino” fue un clérigo trabucaire de sotana arremangada, incansable defensor del absolutismo. Su belicismo tradicionalista le llevaría a participar en sus últimos años en los sitios de Morella y de Bilbao al mando de las tropas carlistas. Con el tiempo fue ganando una negra popularidad por su crueldad con los enemigos. La ubicación de su tumba en la plaza, se justificó porque se puso al mando del asalto victorioso a la guarnición francesa acuartelada en el Palacio Ducal durante la invasión napoleónica de 1808. Y en el patio de este Palacio, de fría factura herreriana, que ocupa un lateral de la plaza mayor, hoy restaurado como Parador de Turismo, refugiados del frío ambiente exterior, acabaría la mayor parte del grupo viajero, ya un tanto zombi por el trasiego permanente, haciendo tiempo, acomodados en los mullidos butacones de la cafetería. Al menos, el ambiente creado por la tamizada luz que caía desde la alta montera sobre el patio cuadrangular, flanqueado por altas galerías de equilibrados arcos de medio punto y la elegancia de los frisos corridos de la segunda planta, contribuyeron a mitigar la espera y a olvidar la mala calidad y el desorbitado precio del café que os sirvieron.
El último almuerzo compartido se cumplió en una venta mesetaria en el que suelen atender a grupos de mayores de excursión, con amabilidad, condescendencia y una pizca de paternalismo ñoño que no te parece adecuado. Allí os sirvieron un menú típico castellano, no muy recomendado para los niveles del colesterol de estas edades, compuesto por entradas de torreznos, chacina, chorizo a la llama y paté de morcilla, intermediado con una ensalada y cerrado con una sabrosa aunque escasa caldereta de cordero. El nombre del establecimiento hostelero, El ventorro, coincidirá con el de otro restaurante de Valencia que será referido en los medios de comunicación dos semanas más tarde por negras circunstancias.
En las aceras de Madrid el tiempo se acelera. Nadie pasea. Todos van con prisas. ¡¿Serás provinciano?! El tiempo se acorta y el espacio urbano se alarga, se hace denso y la atmósfera se carga en el recorrido desde Somosierra hasta las cercanías de la estación de Atocha. En la tarde de viernes una larga caravana huía de fin de semana hacia la segunda vivienda en la Sierra del Guadarrama. Con tiempo sobrado os ha dejado el bus en los aledaños de la renombrada estación de Madrid- Puerta de Atocha – Almudena Grandes, de nombradía larga y sempiternas obras. Arrastráis las maletas por sus largos corredores que se asimilan cada vez más a la estética de aeropuerto, lugares de tránsito, no-lugares al paso con locales de consumo rápido y humanidad moviente. Conseguisteis salir a tomar el aire de la ciudad por los alrededores y enriquecer la espera ante los puestos de libros de de La Cuesta de Moyano. Una vez más ante los títulos leídos y vagamente asimilados, ensayos filosóficos, análisis posmarxistas, ediciones amarillentas de Marx, tratados de psicoanálisis, obras estructuralistas, casi todos a precio de saldo. Nostálgica remembranza del lector en formación obnubilado por los términos que apenas asimilarías…
Para pasar a los andenes os han obligado a despojaros de los abrigos y a pasar el equipaje por el escáner. Se mantienen estas inútiles medidas de seguridad. A pesar de un anunciado retraso, el tren ha salido unos minutos después de lo previsto, aunque “por problemas de infraestructuras de los que seguirían informando”, según anunciaron, ha obligado al convoy a hacer una parada de cuarenta minutos en ninguna parte. El último trayecto del viaje no fue del todo plácido. Os ha tocado sentaros frente al presidente de la asociación, al que has rehuido en más de una ocasión porque su locuacidad te parece impertinente, con el que sería difícil entablar amistad no sólo por la diferencia de vuestras opiniones políticas sino porque la absoluta seguridad con que las expone haría inviable el diálogo razonado. Después de las jornadas de convivencia en el grupo ya intuyes a las personas con las que podría conectar desde el respeto y ciertas afinidades y con quienes nunca llegarías a establecer ningún tipo de relación. Este señor que tienes sentado frente a ti en el tren y no deja de hablar forma parte de los segundos. Irena ha sacado su libro para escudarse en él y yo me he refugiado en el continuum de escribiente en este cuaderno. Él ha sacado a su vez un libro, La taberna de Silos, una novela de suspense con Gonzalo de Berceo como protagonista. Apenas ha pasado de la primera página. Ha seguido acogotando con su verborrea al compañero de asiento e incluso os ha leído a todos una frase del libro puesta en boca del buen monje a cuyo entorno os habéis acercado en el viaje. De sus batallitas y malos chistes del que os ha caído en la despedida no dejarás constancia en este final del viaje. Pronto bajaréis en la estación de origen. Sólo te queda tu agradecimiento al improbable lector que haya llegado hasta aquí, soportando la prosa en román paladino del cronista que ha pretendido compartir su vivencia de turista en asombrario desde la Rioja Alta y las comarcas burgalesas del sureste.
Será mejor cerrar su relato con estos versos de presentación del primer poeta con nombre y apellido de la lengua castellana, en los que expresa su intención de comunicar con sencillez al comenzar una de sus loas santeras y en las que se incluye a sí mismo como datario del loado milagrero para evidenciar lo soñado.
Quiero fer una prosa en román paladino,
en la cual suele el pueblo fablar a su vecino;
ca no so tan letrado por fer otro latino.
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.
……
En el nomne precioso del Rey omnipotent
que faze sol e luna nacer en orïent,
quiero fer la passión de señor sant Laurent,
en romanz, que la pueda saber toda la gent.
………
Yo maestro Gonçalvo de Verceo nomnado,
yendo en romería caeçí en un prado,
verde e bien sençido, de flores bien poblado,
logar cobdiçiaduero pora omne cansado.
Sevilla, a 24 de noviembre de 2024
Jero Acal
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